domingo, 18 de enero de 2015

Capítulo 21. Hechicera.

Entreabrí los ojos cuando su boca bajó de mi oreja a mi cuello, mordiendo cada trozo de mi que encontraba a su paso. Bajé mis manos hasta su cintura y subí su camiseta, acariciando su tripa. Notaba las cosquillitas que tenía cuando pasaba mis dedos por sus caderas y por el dibujo de su ombligo.


Le costaba mantener su atención y no romper en risas. Desabroché con mi dedo pulgar  y corazón, y de una sola vez, su sujetador, haciéndolo caer sobre mi. Aproveché mientras ella lo quitaba de entre nuestros pechos, para colocarla bajo mi cuerpo. Alcé la mirada mientras ella me observaba. En la mesita de noche que había junto a la cama encontré la botella de aquel líquido frío que había vertido sobre mi. Quedaba aún algo más de media, así que aproveché para beber un sorbo de cava, y besarla, compartiendo de esta forma el fescor que el líquido poseía y que a nuestros cuerpos les faltaba. Me separé de ella, observando como sus ojos intensos penetraban en los míos. Me fue inevitable desviar mi mirada a sus pechos, que parecían pedirme a gritos que los besara. Ella, comprobando donde se había ido mi mirada estiró su brazo para acariciarme el cuello y bajó su mano hasta mi ombligo, colocándola entre mi piel y la camisa húmeda todavía. Hizo que me estremeciera al desabrocharla botón a botón lentamente. Cuando se deshizo de mi sujetador terminé de verter sobre ella lo que quedaba de cava en la botella. Su piel reaccionó erizándose por completo, y un gemido salió de su garganta, Besé su pecho, mientras que acariciaba todo su cuerpo. Paré mis manos de nuevo en su cintura, y desabroché el botón de su pantalón, mientras daba pequeños mordiscos por su cuello. Malú se estremecía, con su respiración ya descompensada. Arqueó la espalda cuando mis dientes rodearon sus pechos. Combinaba mordiscos con caricias con la lengua. Ella, mientras, clavaba sus dedos en mi espalda, haciéndome notar su excitación en mi.
Me deshice de su prenda más íntima, y fui besando y acariciando y su piel con mis dedos. Llegué a su zona más protegida, aunque algo exhibida en sus conciertos. Para ese momento ya pedía entre gemidos que la llevara al paraíso. Me introduje poco a poco en ella. La acaricié con mi dedo meñique por dentro, haciendo que delirase un poquito más. Su humedad hizo que mi cuerpo se estremeciera al notarla tan verdad. Besé su intimidad, colando mi lengua en ella cada vez que no se lo esperaba, intercambiándolo con algunos roces con mis labios y besos.

- Me vas a matar con tanto juego, - dijo ahogada en gemidos.
- Solo quiero llevarte al paraíso. Este cuerpo de pecado es demasiado terrenal. - dije antes de atacar completamente con mi boca su sexo.

Llegó al cielo en repetidas ocasiones. Nos dimos tanto amor como supimos. Disfrutamos una del sabor de la otra. Nos devoramos a besos, nos deshicimos en caricias. Nos habíamos echado tanto de menos que no dormimos en toda la noche. Nos quisimos hasta quedarnos exhaustas. Era ella. Ella y solamente ella, la mujer que tantos años había esperado. Estaba empezando a comprender porqué mis relaciones pasadas se habían visto truncadas. Estaba consiguiendo que me sintiera liberada. Que no tuviera miedo a nada. Me estaba devolviendo la vida que otras veces me había faltado.

Estábamos abrazadas, abrigándonos la una a la otra sin necesidad de sábanas. Ella y yo nos dábamos todo el calor que nuestros cuerpos necesitaban. Recuerdo perfectamente como estaba contando y besando cada uno de sus lunares, cuando su voz interrumpió mi idílico trabajo.

- Amor... - dijo, con voz de cansada.
- ¿Sí? - pregunté. - diecisiete. - seguí contando y posé mis labios sobre su piel, nuevamente.
- Mira. - dijo cogiendo mi cara con sus dos manos, - está amaneciendo. - me señaló los primeros rayos de sol que entraban por las rendijas de la persiana. - ¿Vamos al jardín? Hace mucho tiempo que no vemos amanecer juntas.

Me levanté de la cama, con mis ojos clavados en los suyos. Busqué alguna de las sábanas que habíamos esparcido por la cama durante la noche. La envolví en ella y la llevé en brazos hasta la planta de abajo. Tengo que admitiros, que nos paramos en más de una ocasión en los casi diez metros que separan su habitación de la puerta de la casa que daba al jardín.
Cuando llegamos, la tumbé en la mecedora de jardín que había en un rincón de la casa. Perfecto para que nadie nos viera.

El sol ya había salido cuando caí rendida sobre sus piernas. Se había empeñado en acariciarme el pelo como a los niños pequeños, según decía. Y claro... El cansancio acumulado de toda la noche pudo conmigo. Dormí tan agusto que no se cuanto tiempo pasé sobre sus piernas, y bajo sus manos. Ella me llevaba a la gloria, me hacía navegar por el mejor de los cielos, de cualquier forma.


Me despertó llenándome de besos toda la cara. Sonreí. Era ella de nuevo. Me encantaba que fuera, de nuevo, lo último que veía a la hora de dormir y lo primero que mis ojos observaban nada más abrirlos.
Desayunamos jugando, como siempre. Llenándonos la una a la otra de mermelada, y exigiendo a la otra, haciéndonos la ofendida, como si no nos gustara, que nos limpiara. Aprovechábamos cada instante que teníamos para comernos a besos.

- Ada... Te he echado demasiado de menos. Tenía ganas de por fin abrazarnos sin que nada nos preocupara. Incluso pienso que Danka y las perritas... E incluso Chanelo, que ya es decir, se alegran de que estés con nosotros de vuelta.
- Y yo me alegro de que pueda estar aquí con vosotros, mi vida. Ven aquí, tonta. - dije señalando mis piernas.

María Lucía, como la chica obediente que es, subió en mis piernas. Comenzamos a acariciarnos y a devorarnos con las ganas que nos teníamos hasta que me levanté, obligándola a abrazarse con sus manos a mi nuca y mis piernas a mi cintura.

- ¿Dónde vas? - preguntó rozando su nariz con la mía.
- ¿Dónde quieres que vayamos?
- Contigo, hasta el fin del mundo.
- Pues... - dije abrazándola fuerte. - No sé si esto será el fin del mundo, pero... - dí un paso más y caímos juntas a la piscina.

Sus patadas fueron la respuesta. Cuando salió a la superficie me buscó, y he de admitir que me dejé alcanzar por ella.

- Antes de que me detengas, digo en mi defensa, que eres lo más bonito de mi vida. Te amo. - dije levantando mis manos al aire.


No hay comentarios:

Publicar un comentario